Abro el periódico y leo las estadísticas. Siempre las estadísticas, aunque son precisas, tienen algo de irreal… Suelen reflejar datos, números, porcentajes… No indican nombres, ni señas personales de identidad, no hablan de los pequeños detalles… De la mesa tirada en el suelo, de la pecera hecha añicos, de la cortina rota… De los gritos, de los susurros desesperados, de los… “Por favor…, por piedad…, por la niña… Hazlo por la niña”. Las casas de las maltratadas son anónimas, son un escenario vacío, donde sólo cabe, el dolor, el sufrimiento y la presencia de unas cintas cruzadas sobre la puerta de entrada. Este terrible escenario del crimen, tiene mala acústica… Casi nadie oye con precisión nada… No hay detalles… “Se llevaban mal… Discutían con frecuencia… Se veía venir”.
Julio, 2010, ha sido un mes terrible… Nueve mujeres han sido asesinadas por sus parejas, o ex parejas. Nueve mujeres, y entonces, ¿cuántas viven aterradas?, ¿cuántas “sólo han recibido una paliza más, pero han tenido suerte y no han muerto?… Y, ¿cuántos hijos ven cada día esa violencia?, ¿cuántos la padecen también?, ¿cuántos son testigos silenciosos? A veces cuando leo estas noticias, me pregunto, qué pasa con los hijos de las mujeres maltratadas… ¿Desaparecen, se hacen invisibles?
“Los costes de la violencia de género en las relaciones de pareja son muy elevados tanto para la persona que los padece como para los que le rodean, especialmente, para los niños que desgraciadamente se ven envueltos en esta situación. Muchas veces, cuando hablamos de este problema se pasa por alto, que la violencia de género frecuentemente se ejerce sobre mujeres que tienen hijos y que se convierten también en víctimas de este problema.
Los niños no son víctimas sólo porque sean testigos de la violencia entre sus padres, sino porque “viven en la violencia”. Son víctimas de la violencia psicológica, a veces también física, y crecen creyendo que la violencia es una pauta de relación normal entre adultos (Save the Children, ONG).”
NO ME HAGAS DAÑO.
Cuando escribí, NO ME HAGAS DAÑO, enseguida tuve la necesidad de incluir el personaje de la hija… En la historia tiene la edad de una joven que se independiza y tiene su propio piso, pero, algunas veces, ella, hace alusión a sus recuerdos de niña, a su sensación de culpa. Y es que ella, también, se siente culpable. Ella es testigo de todo lo que pasa entre sus padres, y su mundo de niña se ve afectado. Tienen pesadillas, miedo a la oscuridad, miedo a que su padre abra la puerta y le haga daño. Muchas veces estos niños tienen un comportamiento retraído, se sienten inseguros, con baja autoestima, y temen repetir lo que han visto en casa… Ser ellos, finalmente, maltratadores.
Fragmento de NO ME HAGAS DAÑO:
Paula:
Cuando yo era pequeña, oía a mis padres discutir y me asustaba. Me quedaba quieta en mi cuarto, en silencio, esperando que acabase todo. Alguna vez me levanté y le vi pegando a mi madre, como si fuese un saco de boxeo. Yo me quedaba parada, mirando, sin hacer nada, a veces ni lloraba, no quería hacer ruido. Tenía tanto miedo que mi obsesión era pasar desapercibida. Cuando mi padre terminaba de pegarla, mi madre se quedaba inmóvil, acurrucada contra la pared. Yo no sabía si estaba muerta. Entonces mi padre se ponía a llorar, y le pedía perdón, y decía que nunca más iba a tocarla. Él lloraba porque me había visto, por eso lo hacía, estoy segura. A mí me daba pena ver a mi padre así, llorando, ¿me entiendes? Sentía pena por él. Y quería consolarle. Sólo le miraba a él, y me olvidaba de mi madre que seguía acurrucada, en silencio