José Saramago en su cuaderno dice que el problema es de los hombres. Y la verdad es que hay hombres que no quieren ver ni oir… hombres que descargan toda su frustración y su impotencia en las mujeres que tienen a su lado: parejas, o exparejas…
“Son algo suyo, de su propiedad”… Y, a veces… “… se les va la mano”…
Pero también hay otros hombres, cada vez más, miles de hombres, como sueña Saramago, que no suben el volumen del televisor cuando oyen el grito de una mujer, que no miran para otro lado cuando otro hombre amenaza a una mujer, la empuja, la zarandea… Y, esa actitud, finalmente un día, conseguirá que las mujeres maltratadas se sientan cada vez, menos solas, y entonces, quizá entonces, no sea una utopía pensar que los sueños de esas mujeres, serán finalmente posibles…
NO ME HAGAS DAÑO.
Fragmento de la Primera Escena…
El día que Raúl me trató mal por primera vez debí darme cuenta de lo que iba a pasar, pero no reaccioné. Soy así, incapaz de pensar mal de nadie, y menos de él. Le tenía idealizado, me fascinaba su forma de ser: imprevisible, atento, inteligente. Debí hablar con él, pero no lo hice. Ese día tuvimos una discusión absurda, una de esas discusiones que comienzan por una tontería: él me había propuesto ir a cenar a un restaurante que a los dos nos encantaba. Llegué unos minutos tarde, porque tuve que recoger a Paula de la guardería y dejarla con mis padres y, bueno, porque soy un poco desastre con eso de las horas. Enseguida noté que estaba contrariado. Me disculpé y, poco a poco, se le fue cambiando la cara de cabreo y volvió a ser el hombre divertido que a mí me había atrapado. Raúl no era guapo, más bien todo lo contrario, pero estaba enamorada de él. Le gustaba contar historias, anécdotas. Podía hablar de cualquier cosa… de libros, de viajes, de teatro, y a mí me encantaba escucharle… Creo que me enamoré de él con los ojos cerrados. Esa noche ocurrió otra tontería, o quizá no lo fue, pero yo tampoco le di importancia. La cena, para él, tenía un motivo especial, pero yo no lo sabía, y eso le volvió a contrariar, y empezó a regañarme, a decirme que no le prestaba atención, que sólo pensaba en mis cosas. Y comenzaron algunos reproches, temas que parecían olvidados y que, sin embargo, él tenía ahí guardados. Se fue poniendo tenso, violento. Yo me asusté, porque no me parecía él, y traté de calmarle. Le cogí de la mano y se soltó bruscamente. Me sentía muy mal y le dije que no se enfadara, que lo importante era que estábamos los dos juntos… y que lamentaba no haberme dado cuenta de que era una noche especial.
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El problema es de los hombres…
Tal vez cien mil hombres, solo hombres, nada más que hombres manifestándose en las calles, mientras las mujeres, en las aceras, les lanzan flores, podría ser la señal que la sociedad necesita para combatir, desde su seno y sin demora, esta vergüenza insoportable. Y para que la violencia de género, con resultado de muerte o no, pase a ser uno de los primeros dolores y preocupaciones de los ciudadanos. Es un sueño, es un deber. Puede no ser una utopia
Cuaderno de José Saramago