Fuente de la Teja, Torrelodones.- 2008

viernes, 3 de septiembre de 2010

ENCONTRAR MI SITIO.

Leo fragmentos de diarios que ha publicado el periódico EL PAÍS, recientemente. En uno de ellos, el escritor irlandés, John Banville, dice que: “… Cuando no está en su mesa, el escritor se siente vacío…” Su mesa, su espacio, su casa, su paisaje, su silencio, su ruido, su rincón… Todos, pienso, necesitamos tener nuestro sitio, y hablo, concretamente, de un espacio físico, de un territorio, pequeño o grande que nos acoge, nos preserva del exterior y nos permite conectar con nosotros mismos. Es como cuando de pequeños jugábamos al rescate, o al “hilo cortado”. Siempre había que elegir un lugar, un árbol, una fuente, un banco del parque, daba igual cual fuese, pero ese lugar era “casa”… Sí, allí, no podíamos ser pillados por el amigo, o amiga, que la “ligaba”, y cuya misión era cogerte, o tocarte con la palma de la mano. Cuando eso ocurría, quería decir que habías sido ligado. Muchas veces, cansado de hacer regates, corriendo en zigzag, asediado, necesitabas llegar a ese punto, a ese banco… Allí podías parar tu frenética carrera, y descansar, para después de un breve momento, unos segundos, ordenar tus ideas, trazar un plan, y lanzarte, nuevamente, a la aventura. Quizá el plan sólo consistía en salir de nuevo a correr, a burlar a los que te perseguían hasta que, rendido, sentías la mano que se agarraba a tu camisa, o te tocaba, simplemente, mientras decía: “Tú, la ligas”. Yo, cuando escribo, busco mi lugar, y, a veces, lo encuentro. No siempre es el mismo, pero, allí, de repente, me siento bien… Hay escritores muy meticulosos, y su mesa de trabajo, es, eso, su mesa, su lugar; otros son completamente anárquicos, cualquier sitio, cualquier temperatura, cualquier ambiente. Su capacidad de concentración, su obsesión por escribir, su imperiosa necesidad de transformar ideas y emociones en palabras, les permite estar en cualquier sitio. Yo no soy así… Digamos que tengo diferentes “lugares”, y que, lamentablemente, muchas veces, no soy capaz de encontrarlos. Y me cuesta escribir, y me invento mil motivos por los que ordenar los libros, o regar las plantas, o leer el periódico, en ese preciso momento, es lo esencial. Y dejo eso de escribir para más tarde. Y, pensando en ese lugar donde estás bien, a salvo, vuelvo a recordar a las mujeres maltratadas… Y pienso que para ellas estar a salvo, no es un juego… Quizá se sientan seguras cuando entran al cuarto de baño, y echan el cerrojo, o en su trabajo, cuando están lejos de casa, o en el dormitorio, o quizá, mirando por la ventana, esperando a que se cierre la puerta de la calle, y él, su maltratador, salga de casa… ¿Tendrán, realmente, un sitio donde se sientan a salvo?,o quizá, ¿siempre pensarán que están en peligro, imaginando que por mucho que corran y corran, y se inventen mil regates, jamás encontrarán “casa”?